lunes, 29 de junio de 2009

Ñanduti ... (Ninfa Duarte)




Atraída por la belleza de la arboleda florecida de lapachos con diferentes tonalidades; dando un paseo por el entorno cercano a la aldea indígena, recorriendo distraídamente la aromada selva paraguaya, una hermosa mañana de primavera iluminada por el radiante sol, con su calor amarillo; la diosa del ingenio de la raza guaraní; una pequeña indiecita morena de gracioso porte, luciendo la belleza de sus largas trenzas renegridas y sus enormes ojos de azabache como el yvapurú, bellos y observadores; de pronto, quedó fascinada ante la magia del Dios Creador de los animales del bosque, admirando la destreza y agilidad de una pequeña arañita que con habilidad increíble, subía y bajaba con un delgado hilo de plata entre las diminutas patitas, fijando entre dos ramas de tajy, un sutil tejido de primorosas formas, como si un experto de la geometría, la hubiera diseñado bajo el bello sol de setiembre, para rescatar los destellos plateados de su luz, haciendo alarde de perfección y hermosura.

La diosa descalza y morena; genio de la raza guaraní, hechizada ante tan delicada belleza, en un rapto de inspiración y arte, al llegar a su rancho, tomó ese modelo y con tal maestría, sus pequeños y ágiles dedos transportaron las filigranas tan increíbles sobre un diminuto telar, con hilos de colores y sueños de ilusión enhebrados en la pequeña aguja de la musa inspiradora de su arte trival.

Allí nacieron formas soñadas en las imitaciones de flores silvestres del paisaje campesino, estrellas, y miles de bellos adornos multicolores llenos de gracia y esplendor; regalando primores a cambio de sonrisas y amor.

La noche se volvió estrellada para alumbrar aquella beldad que nacía al conjuro del amor, con el imponente marco verdinegro que le brindaba el paisaje circundante. Y así nació el tejido del Ñandutí, que hoy es gracia y poesía dentro del folclor de nuestra Patria.

La pericia de los diligentes dedos de la pequeña indiecita guaraní, logró un milagro de amor, creando junto con sus sueños, el tejido más codiciado en el que se entremezclan graciosas flores de guayabo, jazmines o mburucuyá, unidos por inspirados arabescos coloridos y espirales entrelazados.

El más pequeño y humilde animal que Dios depositó con amor entre las ramas de un desconocido árbol dentro de la selva guaraní – que más tarde lo reconocerían como lapacho, a quien brindaron el honor de representar en belleza y color a nuestra Patria- una arañita, nos dio la más bella lección de grandeza y poder, de belleza y misterio, hecho maravilloso tejido.

Lo sublime y armonioso, unido a la delicadeza y el tesón, pueden alcanzar impredecibles alturas. Y la fuerza del amor que las crea, lleva consigo el poder de dominar las rebeldías y reconocer la pequeñez de nuestras fuerzas ante la majestuosidad de la obra del Dios Creador.

La araña de nuestra floresta, es humilde en su labor, es ejemplo que maravilla y numen admirable, que sugiere sublime hermosura...










sábado, 27 de junio de 2009

Mi viejo ciprés... (Ninfa Duarte)


Dios, a través de toda su creatura, se comunica con el hombre, el medio ambiente, plantas y animales, dan cuenta de ello. Basta que nos pongamos en sintonía con los seres que nos rodean y recibiremos las respuestas, tan claras que no habrá lugar a dudas.

Nunca estuve tan cerca de la verdad como ahora, o como cuando comprendí la grandiosidad de la obra de Dios. La corriente de sentimientos entre el hombre y los seres de la naturaleza es tan perfecta que nadie puede sustraerse a ella.

La historia que traigo, es prueba de ello. O por lo menos quisiera que la consideren así, y como ésta, hay muchísimas a lo largo de nuestras vidas.
Al terminar de leer estas líneas me darán la razón.

<<<<<>>>>>

Cuando visito a mis muertos tan queridos, no me canso de mirarlo de pie, erguido en el camposanto mi amigo el ciprés, siempre tan verde, altivo, de noble estirpe, amigo generoso. Y sé que suspira... si, yo lo sentí.

En las tardes solitarias, cuando la añoranza lastima el alma del viejo ciprés, he visto su pecho moverse suave, lentamente, al exhalar un suspiro muy hondo, por sus dolores o los míos, por su añoranza o mis ausencias.

Él es mi amigo, lo sé; está ahí siempre, me espera, me saluda con los suaves cabeceos rumorosos y frescos de sus ramas; me acompaña en silencio, respetando mi dolor y mi angustia. Con el movimiento callado de sus flexibles brazos, me consuela. Tiene alma, es blanca y hermosa como la de un niño. Durante el largo invierno de esperas y olvidos está triste y son lentos sus vaivenes, acompasados y lánguidos.

Pero cuando está alegre, lo hace notar con el tono cambiante de su follaje, viste colores de felicidad, como si riera y bailan sus brazos. He oído el tenue murmullo de sus hojas cuando canta, suena como un arrullo de palomas de la eucaristía, delicioso, amable.

Otras tardes, el viejo ciprés escucha mis plegarias y reza conmigo, con respetuoso silencio, con los brazos en cruz. En un delicado cuchicheo de sus ramas, hace confidencias, Las más elevadas dialogan con las blancas nubes, viajeras incansables del destino siempre cerca de Dios. Maravilloso ciprés!

Yo vi cómo alcanzaba esas nubes con sus largos dedos, movedizos y hermosos, acariciando la rubia cabecita de un querube; eran besos, que florecieron de mis lágrimas con las que tantos días regué las raíces de mi viejo ciprés. Humedad salobre cargada de amor.

¿Has sentido alguna vez cuando tu piel se vuelve terciopelo, con una tibieza indescriptible, que termina por hacerte suspirar, porque dentro del alma se remueve un escondido placer? Es un momento único, de comunión perfecta con la naturaleza y con Dios, su creador. Yo sentí en el pecho ese temblor de incomparable terneza. El corazón del querube bajó a mi alma, y supe entonces el deleite inmenso de ese beso suyo.

Hoy solo vine para hacerle confidencias a mi querido amigo. Nunca le dije ¡Gracias!... Gracias por cuidar a mis amados que ahí descansan bajo su sombra generosa, su frescura y su verdor. Por brindarles compañía. Por velar sus sueños cuando el frío penetra en las más oscuras hendijas del alma... Por ser amigo!

Hoy estuve ahí, regando sus pies con agua fresca, no con lágrimas. Me abracé a su tronco con mucha gratitud por ser un amigo fiel y hacerle sentir los latidos de mi corazón agradecido. Y me sorprendió lo que pasó.

¡Milagro de amor!... recibí a cambio, de sus hojas, una suave melodía que llegó hasta lo profundo de mi alma. Sisearon sus ramas balanceándose en un “graciasss” sin fin. ¡Estaba alegre! Sí... yo lo vi!

Bailaron sus ramas, danzando al ritmo acelerado de mi corazón, comulgando la alegría de ser “amigos”. Y no pude más que decirle bajito:
“te amo, mi viejo ciprés”.





viernes, 26 de junio de 2009

El picaflor... (Ninfa Duarte)


La historia familiar es toda una institución dentro de la cultura de los pueblos, son cofres sagrados de discretas confidencias, costumbres o simplemente hábitos. Son verdaderos bargueños secretos, amados, respetados y muchas veces, hasta venerados.

Al margen de las leyendas, tradiciones y creencias populares que se transmiten de padres a hijos por largas generaciones familiares, que constituyen el folklor de los pueblos; existen otras creencias, suerte de relicario pagano, que son menos conocidas, o poco difundidas, pero no por ello menos verosímiles; secretas herencias, que van quedando como un recuerdo, o una fantasía dentro del grupo familiar y con el tiempo se borra o crece según el espíritu de los que lo reciben como patrimonio o herencia.

Los poblados del interior de nuestro país, están llenos de este tipo de creencias y en cada familia se respeta como un legado de los antepasados. A veces no pasa de ser un refrán, chiste o dicho popular y otras, hasta toman la intensidad de una doctrina.

En mi familia –por ilustrar lo dicho- cuando un picaflor llegaba al jardín de mi madre, con su alegre gorgorito y danzaba de flor en flor, el baile del dulce néctar, en un incesante aleteo tornasol, provocando un revuelo entre las dalias y los crisantemos, llenando la tarde con ese aroma tan peculiar, mi madre decía: “es el alma de Angélica Isabel, que viene a visitarnos, trae buenas noticias...”

Cuando eso ocurría, dejaba su labor, se embelesaba con los vistosos arabescos que iba trazando por los aires, aquel diminuto pajarito, que goloso se llevaba todo el jugo dulce de las flores; y mamá con una sonrisa brillante en sus ojos llenos de lágrimas, se transformaba. Era la imagen misma de la felicidad, algo etéreo e increíble.

Al rato, el picaflor desaparecía del lugar, quedando un halo de dulzor y pureza colgado en el ambiente, acariciando con sus alas y sembrando ternura en nuestros corazones por un instante; como si un ángel nos hubiera visitado realmente.

Un largo suspiro de añoranza, era la respuesta obligada de mamá, cargada de nostalgias tal vez. Nunca lo indagué. Pero siempre, ese era un momento muy especial, lleno de preguntas no dichas o secretos compartidos.

Es muy posible que mi madre creyera realmente que el almita de aquella pequeña hija suya, que muriera en sus brazos a los nueve meses, consumida por la fiebre; tan tierna y pequeñita. Viajara eternamente dentro del picaflor de alas transparentes y largo pico rojizo; donde habitaban juntos en eterna comunión, el suave recuerdo de su bebé y el dulce néctar de las flores del jardín, que ella cuidaba con tanto amor y dedicación. Es muy posible que ella creyera también que venía a visitarnos de vez en cuando acompañado de buenas noticias. ... Es muy posible que ella creyera...

En los años de la inocencia, también nosotros teníamos esa creencia, o quizá inventábamos otras parecidas, llenas de sentimientos encontrados e imaginación infantil. Y con el tiempo, tal vez se haya diluido en el recuerdo, pero algo quedó para inquietarnos de tanto en tanto, sin tener en cuenta los pantalones largos, ni los tacones altos.

Tanto es así, que sin importar dónde estemos, siempre que llega un colibrí al jardín, donde la familia esté reunida, aquella fantasía vuelve a pasar aleteando hasta instalarse en nuestros recuerdos, y se repite invariablemente...,casi al unísono decimos: “Angélica Isabel viene a visitarnos”.

Creencia, tradición o folklore se convierten en un agradable cosquilleo dentro de nuestros pechos que crece y se ensancha hasta llegar a los labios con ternura incomparable, y se traduce en sonrisa de complicidad. Todo nos recuerda un bello momento: mamá, Angélica Isabel, los geranios, se confunden en dorados arabescos como los que va trazando el picaflor al pasar.

Si es el picaflor o el alma de aquella hermanita nuestra tan querida, a quien no llegamos a conocer; nunca lo sabré. Pero está allí, siempre lo estará, para recordarnos que el amor no muere, y que siempre hay un retazo de inocencia dentro de cada ser, para conservar la ternura que hace falta para vivir.

Una simpleza, quizá, una nadería, pero de esa clase de creencias están llenos nuestros recuerdos y forman: “la historia familiar”

El picaflor, es para nosotros, como un ángel. Una prolongación de Angélica Isabel. Es la ternura dulce y colorida que revolotea de vez en cuando sobre nosotros para decirnos: “les quiero mucho”. Y mamá desde el cielo sonríe feliz!.